BOLIVIA Y LA TRANSFORMACIÓN ENERGÉTICA

El País / El 93 por ciento de nuestra actividad energética depende de los combustibles fósiles, básicamente del gas propio y del diésel importado, para 2025 se preveía fuera solo el 22%

Abandonar los combustibles fósiles y asumir alternativas limpias para el consumo automotor y de generación eléctrica es ya un compromiso asumido por los países de la tierra, que se han marcado plazos perentorios con mayor o menor entusiasmo de lo que parece una transformación irreversible.

Con probabilidad, a medida que avance el tiempo se irán revisando plazos por los impactos de pandemias y guerras, como es el caso actual que seguramente se repetirá, o por la reticencia de los países a implementar todos los compromisos, bien por los productores, bien porque a los países del sur global, más pobres, no les dé tiempo de implementar todas las nuevas tecnologías, que son caras, que se requieren para frenar un cambio climático que, esencialmente, han provocado los países ricos del norte global.

Bolivia es uno de los países peor preparados para esta trasformación, y aunque los compromisos dentro de la Determinación Nacional de la Cumbre de París hablan de dar la vuelta absolutamente al mix energético, los compromisos adquiridos hasta 2025 son ya papel mojado.

El 93 por ciento de nuestra actividad energética depende de los combustibles fósiles, básicamente del gas propio y del diésel importado. A nivel eléctrico es el 70 por ciento. El compromiso adoptado en el marco de la Agenda del Bicentenario 2025 era lograr cambiar la matriz eléctrica para que solo el 22% de la electricidad venga de fósiles, mientras que el 74% sería de hidroeléctricas y el restante 4% de fuentes renovables. Ende cuenta a día de hoy con unos 3.800 MW de capacidad de generación instalada con capacidad para proveer unos 10.000 GW/h de los que consume unos 8.800 GW/h.

Lo cierto es que las grandes hidroeléctricas proyectadas, como la del Bala – Chepete en La Paz o la de Carrizal en Tarija cuentan con problemas, una por la oposición popular por su impacto en el ecosistema y la otra por lo que supondrá en términos de mantenimiento el plantar una represa en medio de uno de los ríos que arrastra más sedimento del mundo.

Mientras, los esfuerzos en materia de energías renovables son demasiado escasos. El proyecto más ambicioso de energía solar está en Oruro y suma unos 100 MW mientras que el proyecto eólico en Santa Cruz otros 108. En Tarija, por ejemplo, la planta fotovoltaica de Yunchará apenas suma 5 y la eólica de La Ventolera es solo un proyecto en papel con algunos datos de medición.

Por otro lado, son las centrales termoeléctricas de gas natural convertidas en centrales de ciclo combinado, en su interpretación más optimista sobre la aportación de dióxido de carbono a la atmósfera, donde reside la mayor expectativa al respecto tanto de la soberanía energética como del aporte a la causa mundial, aunque esto supone mantener la actividad exploratoria para garantizar el insumo.

Bolivia cuenta con potencial para casi todo, lo que incluye ser un escenario envidiable para la producción de energía limpia, eólica y solar, sin embargo, los tiempos de escasez y estrecheces impiden las transformaciones. Curiosamente es la subvención al diésel uno de los factores que más impiden esta transformación.

Urge un pacto político integral que convierta el horizonte energético del país en una causa de Estado y para ello es necesario que los líderes nacionales y departamentales converjan y compartan inquietudes. El tiempo apremia.

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